Autor: AdrianoLH

Hace pocas semanas los alumnos de primer año de la tecnicatura superior en Gestión Cultural, organizaron una muestra denominada “Experiencia Mamihlapinatapaí”, en el marco del Año Internacional de las Lenguas Indígenas. En referencia al término Yagán que se encuentra en el Libro Guinness de los Récords, por ser la palabra más concisa del mundo, designando “una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguna se anima a iniciar”. Esta iniciativa de los jóvenes fueguinos nos invita a indagar un poco más acerca del legado que nos han dejado los pueblos que son parte de nuestra identidad.  

Mamihlapinatapaí expresa diversas dimensiones reunidas a partir del lenguaje. Lo que se piensa, lo que se siente, lo que se dice, lo que se hace, ya no son aspectos desvinculados, sino que confluyen entre sí. 

Además, el vocablo en cuestión pone de manifiesto la observación (“una mirada entre dos personas”), el respeto (“… espera que la otra comience una acción…”), la expectativa (“… que ambos desean”) y el pudor (“… pero que ninguna se anima a iniciar”). 

Hay en esas significaciones un reconocimiento por la otredad como factor ajeno y extranjero que tiene algo de propio. En efecto, ¿qué es la identidad sino la presencia de lo común en lo distinto? 

Si las antiguas poblaciones autóctonas de la actual América Latina se conectaban con el mundo en torno a la idea de comunidad como máxima de subsistencia, resulta por demás violento e indigno el proceso de colonización que las sociedades europeas llevaron a cabo en estas tierras, arrasando con toda la cultura del lugar en nombre de una civilización que se concibe a partir de la superioridad –de raza, de clase, de ser humano en definitiva-, circunstancia necesaria para legitimar la negación de lo ajeno en pos de imponer lo propio.  

En tal sentido, es clave el rol del lenguaje como agente apropiador de cultura. Tal como argumenta la escritora Ana María Shua en un artículo para Revista Ñ de Clarín en 2013, la diferencia entre un dialecto y un idioma es un ejército; o sea que, analizado en contextos macroestructurales, la voluntad del más fuerte -y no los acuerdos- son los que terminan construyendo hegemonía. 

Ahora bien, ¿qué sucede en ámbitos pequeños, donde las vivencias individuales se llevan a cabo a partir de experiencias comunes y cotidianas? 

Mamihlapinatapai sería más que una palabra: deviene un concepto imprescindible para saber aceptar las diferencias en un mundo vertiginoso cuya exteriorización de la subjetividad está a flor de piel. 

La diversidad (de raza, de clase, de sexo, de religión, de gustos, de intereses, y demás) coincide con lo que Eduardo Galeano afirmaba en una entrevista que concedió al programa Sangre Latina hace casi una década: esta región es la más diversa del planeta, motivo por el cual los procesos de socialización se llevan a cabo entre empatías y resistencias. 

En sociedades atravesadas por la notoria influencia del psicoanálisis (Argentina, Francia, Estados Unidos de Norteamérica, lideran las consultas a profesionales), la palabra comunica desde lo que se dice explícitamente pero también desde lo que evocan sus silencios. 

Cuando el filósofo francés George Steiner (especializado en lingüística) afirma que “lo que no se nombra no existe”, se corre el riesgo de ignorar al otro o de negar todas aquellas dimensiones que no puedan articularse en un discurso. 

¿Qué pasaría con el amor, si –por ejemplo- se desconocieran los sentimientos que aproximan y atraen hacia otra persona?  

¿Podría alguien siempre darse cuenta de que está enamorado? 

¿Cuánto de lo que forma parte de la existencia queda en el plano de lo no dicho por la ausencia de significantes? 

¿Cómo podrían explicarse estados de ánimo como la alegría o la tristeza, cuando se viven experiencias similares que no necesariamente son aquéllas? 

¿De qué maneras sería posible comprender la muerte si nadie vivo la ha experimentado, y los que han pasado por ella no han regresado para comentar al respecto? 

¿Por qué la cultura occidental se erige en base a palabras y símbolos, dejando de lado cuestiones que no cuajan dentro de su sistema cerrado de significaciones? 

En su crítica a la RAE, Dolina cuestiona que ella sea la “comisaría” del lenguaje: libera los usos y costumbres hegemónicos, pero encarcela a aquellos términos que no hacen méritos para pertenecer. 

Quizás la filosofía que se cierne sobre mamihlapinatapai sea volver al origen para dejar de estar atomizados. No es poco en tiempos de individualismo extremo, soledad latente y resistencias varias.  

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