El primer intento fue una serie de cortos entre 1987 y 1989. Los personajes presentaban un aspecto de bosquejo a medio terminar, muy distinto a lo que se conoce hoy: de rasgos puntiagudos, casi hechos a mano alzada y sin reparar en el impacto, no tuvieron gran suceso.

Luego, sí. La Cadena Fox apostó fuerte y en la Navidad que anticipaba a la década del 90, surgieron como un producto transgresor, distinto, novedoso; rompiendo con la identificación entre público infantil y dibujos animados.

30 años después y 5 presidentes norteamericanos sucediéndose en el poder (cronológicamente: Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama, Trump), la creación de Matt Groening ya no cuenta con los superlativos niveles de audiencia que tuvo hasta hace una década, pero aun así pasaron la prueba del olvido: siempre vigentes, la alfombra roja los consagra en el Salón de la Fama.

¿Pero qué tiene de especial esta serie animada que se reinventa permanentemente?

Es probable que la respuesta vaya por el lado de cómo han podido retratar la cultura posmoderna en el inicio de la globalización.

Un libro de reciente aparición llamado Springfield confidencial (Roca Editorial) echa más luz al respecto. Su autor Mike Reiss -uno de los primeros guionistas de la serie- afirma: “Conseguí el trabajo en Los Simpson de la misma manera en que conseguí a mi mujer: yo no era su primera opción, pero estaba disponible (…) Ahora tal vez resulte difícil de entender, pero hay que recordar que en aquella época los dibujos animados estaban considerados apenas como la forma más barata de rellenar tiempo de televisión (…). Yo era fan de Matt Groening y también de Sam Simon, el productor ejecutivo y un veterano de las series humorísticas para televisión, el único optimista que pensaba que íbamos a durar el doble de las semanas que calculábamos todos los demás. Ellos disfrutaban dándole forma al programa, y su humor realmente resultaba contagioso. Pero nadie tenía ni la remota idea de que podíamos a llegar a tener éxito. …” .

La clave, entonces, consiste en su estirpe de vanguardia: Los Simpson resultan contemporáneos de la inauguración de un período histórico sin precedentes, caracterizado por esa hegemonía de las comunicaciones.

El nuevo escenario de la geopolítica internacional anuncia un mundo sin fronteras, donde lo global determina lo local. Es decir que hay algo así como una cultura universal capaz de cubrir con un manto de poder todo atisbo de regionalismo. Por eso, Los Simpson son mundiales, con una versión adaptada a los diversos continentes, regiones, lenguas, etnias y sectores del planeta.

Sin embargo, la serie de burla de los países industrializados. Le hacen bullying a su tierra: ácidos y mordaces, cuestionan al norteamericano medio y su doble moral, denuncian las miserias de un país acostumbrado a tener pleitesía por la idea de nación.

En Los Simpson hay personajes centrales (aquellos protagonistas de las tramas) y periféricos (quienes son funcionales al desarrollo de las historias). Todos ellos comparten un sesgo hábilmente diseñado por los creadores: instalan estereotipos que dan fundamento a las ideologías, polémicas y diversidades.

¿Qué es la serie? La continuación del sistema capitalista –perverso y excluyente, violento y obsceno, deshumanizado y contradictorio- por otros medios.

Esa familia disfuncional -integrada por Homero, Marge, Bart, Lisa y Maggie- muestra los sueños y frustraciones de quienes están más acostumbrados a perder que a ganar. A partir de ellos se teje un universo en que nada queda afuera, puesto que cercano a los 700 episodios –cifra récord para una serie animada- se han desplegado un sinfín de situaciones que crearon el imaginario popular según el cual todo acontecimiento de la vida está contado en un capítulo de Los Simpson.

Homero es el obrero que Marx podría haber descrito en El Capital: alienado, se entrega al vicio de la bebida y a cada uno de los siete pecados capitales.

Marge representa a la mujer que encuentra obstáculos para inaugurar la ola feminista propuesta por Simone de Beauvoir. Su naturaleza no es ser ama de casa pero le cuesta salir de ese rol que en su hija mayor provoca vergüenza; y más allá de esa realidad, tiene hermanas que le critican la familia que formó. Sin embargo, Marge se casó y tiene hijos, cumpliendo así parte del sueño americano.

Bart asume posicionamientos que bien podrían ser propias de Nietzsche: conserva un halo de rebelde y pendenciero, vivillo anti-sistema, tramposo sin ninguna culpa, portavoz de quien procede con hipocresía.

Las ilusiones de Lisa pasan por alguna vez ser Presidenta de la Nación, pero sus deseos son utópicos, porque una niña con valores éticos y empatía por la humanidad, difícilmente pueda alcanzar el sillón de George Washington; en todo caso, más chances de ocupar ocupar ese lugar tendría alguien como su hermano, que además reúne algunos principios que Maquiavelo destaca para llegar y permanecer en el poder.

La pequeña Maggie juega a ser el panóptico de Foucault: mira sin ser mirada, está atenta a lo que otros no advierten; y desde sus silencios comunica.

Aspectos como la religión (Ned Flanders es un ortodoxo fiel a Dios desde las palabras y los hechos; mientras que el pastor Reverendo Alegría parece renegar de su condición) y la moral (la diversidad sexual, referencias al consumo de alcohol y tabaco, la utilización de armas), están muy presentes en la serie. Asimismo, el ostracismo y la marginalidad recaen en referentes como Encías Sangrantes (músico saxofonista, inspirador de Lisa para dedicarse a las artes, ¿pero por qué alguien que elige ese camino es de raza negra?).

En la civilización del espectáculo, todo show es apariencia. El payaso Krusty roza el morbo y lo trasciende, Tom y Daly son dibujos aparentemente inocentes que generan humor derramando sangre, y el periodista Ken Brockman hace de la noticia una mercancía.

La Escuela Primaria de Springfield es dirigida por un hombre de apellido Skinner –homónimo de un referente del conductismo-, y su proceder guarda ciertas similitudes simbólicas con el rol del profesor en el video Another brick in the Wall (Pink Floyd): prepotente con sus estudiantes, es dominado y puesto en penitencia por dos mujeres (su madre y la maestra Krabappel, una amante a escondidas).

La otredad está simbolizada en Apu (inmigrante hindú que tiene una tienda) y el multimillonario Montgomery Burns, inescrupuloso magnate que explota a sus empleados y contamina el medio ambiente en esa planta nuclear que permite reactivar la economía de la ciudad a la vez de matarla lentamente.

Todas las instituciones –la familia, la Iglesia, la escuela- son puestas en tela de juicio; y quizás por eso Los Simpson se han convertido en íconos de la cultura pop: Bush hijo los criticó y pidió a la población no verlos, Michael Jackson pidió tener una participación; y con innumerables parodias al mundo de las artes (bandas de rock como U2) y las ciencias (Stephen Hawking puso su voz cuando apareció en la serie), se han convertido en testigos de este tiempo.

Hace rato que Los Simpson alcanzaron la mayoría de edad; pero en lo que podría ser una adolescencia tardía, se resisten a crecer. Todavía están presentes, resistiendo a las plataformas y consolidándose como fenómeno interactivo (de la televisión por cable a la irrupción de Internet; de allí, a la aparición del Iphone). Todo lo que pasa sucede en Los Simpson. Hoy como ayer. Hitos de una fiebre amarilla que ya tiene 30 años.

Autor: AdrianoLH

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