“Yo ya no puedo cumplir hazañas que prometí”
(Indio Solari, en el recital de
Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado,
Epecuén, abril de 2021)

En uno de sus diálogos filosóficos, Platón pone en voz de Critias (discípulo de Sócrates) la existencia de una isla o península llamada Atlántida, descripta como más grande que las tierras de Libia (hoy, África) y Asia. Ese lugar de vanguardia, famoso por la organización de su ejército, el respeto a las leyes y la abundancia de riquezas, llamaba la atención en la naciente y pujante Atenas del siglo V antes de Cristo.

A Critias, tal relato le había llegado por intermedio de su abuelo, quien a su vez la había escuchado del político ateniense Solón, alguien que reprodujo la historia contada por sacerdotes egipcios, oriundos de una comunidad ubicada a orillas del Nilo.

Desde entonces, la Atlántida es uno de los más grandes enigmas de la humanidad (al punto tal de generar continuas investigaciones de antropólogos y geólogos que, entre otros, buscan descifrar qué fue lo sucedido). Se dice que existió hace 9 mil años en lo que actualmente es el Mar Mediterráneo y que una noche de abundantes lluvias, sismos y catástrofes naturales, precipitó su desaparición a lo más hondo de las aguas. Platón presenta como un mito estos aparentes sucesos para explicar el castigo que puede padecer una población por la soberbia de sus habitantes, el desprecio a las tradiciones de los adultos mayores y la traición a las enseñanzas de los dioses.

Poco más de veinticinco siglos después de que se diera a conocer el mito platónico, el planeta Tierra enfrenta un momento cada vez más delicado en relación al cuidado del medio ambiente. La extinción de especies animales, la explotación de recursos, los incendios forestales, la contaminación creciente, las inundaciones y la pandemia del Covid-19, son algunas de las tantas muestras que ponen en evidencia el enorme daño causado por la humanidad, víctima y victimaria de un flagelo que no logra detenerse: los tratados internacionales y el fomento de la conciencia ecológica fracasan si los Dueños del Mundo desoyen las alarmas.

En este contexto de profunda crisis existencial emergen otros mitos con la finalidad de sobrellevar esa angustia de saber que las desgracias existen y la vida, más tarde o más temprano, habrá de terminar mal.

Sin embargo, hay un mientras tanto; y esa tregua es el puente que permite la acción del heroísmo.

Carlos Alberto Solari (Paraná, Entre Ríos, 1949), conocido como el “Indio”, fue el padre de una criatura llamada Patricio y sus Redonditos de Ricota, mucho más que una banda argentina de rock cuyos hitos de masividad y convocatoria la han encumbrado a un fenómeno nacido para no ser explicado.

Aun así, la cultura ricotera (que trasciende al propio grupo musical) tiene signos visibles que permiten caracterizarla e identificarla: por lo pronto es única, no tiene parangón, crea sus propias condiciones de posibilidad y permanece en el tiempo mutando, también, de forma muy particular.

En ella conviven los sueños de una juventud longeva llamada a recuperar los últimos 45 años de la historia reciente del país: por un lado, significativos a través del antes, durante y después, de la última Dictadura Militar; y por el otro, habitando las contradicciones de una democracia que, ya recuperada hace casi cuatro décadas, todavía no termina de crecer, volviéndose presa de sus errores y contradicciones.

En ese contexto, Los Redondos construyó una épica que combinó un conjunto de ambivalencias: la contracultura y la hegemonía, el hermetismo y la exposición, lo popular y lo selecto; lo pagano y lo divino.

Sus letras, cargadas de sentido pero no siempre de significantes reconocibles, parecerían apelar a determinado rango de intelectualidad para comprenderse. Sin embargo, sus melodías tienen un poder de convocatoria que atrae a los sectores excluidos. En ese combo, el fenómeno adquiere una cualidad policlasista que le da a la banda el aura de ser una experiencia plural, estética, política y sociocultural.

A principios de este siglo, tras la disolución del grupo que lideraba con Skay Beilison, el Indio Solari se llamó a silencio y volvió renovado con un conjunto de músicos para dar surgimiento a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado.

Desde entonces, su figura cobró aún más notoriedad. En una sociedad históricamente personalista (que adhiere más a los líderes que a los movimientos colectivos) se consolidó como un dios pagano con una multitud de fieles que le profesan devoción sin concesiones.

Exageradamente o no, hay en Solari circunstancias que lo elevan a la categoría de mito: en él conviven, desde siempre, el misterio y hermetismo, sus escasas apariciones públicas que tienen algo de sagrado como las epifanías; y, últimamente, esa fragilidad del héroe que habiéndose enfrentado a las traiciones hoy se prepara para el dolor de la enfermedad, el curso de la vejez y la inminencia paulatina de la muerte.

El Indio anticipa su adiós pero antes tiene la motivación de dejar en pie una obra que, como él, sea inmortal en tanto memoria colectiva.

Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado da continuidad a ese legado desde hace casi 20 años pero recientemente asume otro protagonismo en la vida de Solari: ya no es la banda que meramente lo acompaña sino el grupo que cuenta con su participación estelar. Compuesta por músicos de primer nivel, entre los que se destacan Gaspar Benegas (guitarra y segunda voz), Pablo Sbaraglia (teclados, guitarra eléctrica y tercera voz) y un conjunto de talentos que incluye a las coristas, el rock argentino vuelve a estar en presencia de otro fenómeno que, con otros matices, también es único.

El último 17 de abril se presentaron vía streaming en un mega recital. La demanda por ver el show fue tanta que los organizadores decidieron liberar la transmisión por YouTube.

Lo que tuvo de especial ese evento fue que se eligió como lugar Epecuén, una localidad de la provincia de Buenos Aires que en noviembre de 1985 quedó en ruinas, debajo de las aguas, ante un terraplén que cedió permitiendo que el lago avanzara hasta causar estragos.

La ciudadanía había advertido esta amenaza pero ninguna autoridad se hizo eco de una tragedia evitable. Alrededor de dos mil habitantes debieron mudarse con urgencia a Carhué, la ciudad más cercana que está ubicada a 8 kilómetros de distancia.

Acaso, esa soberbia de los gobernantes haya sido el castigo de la diosa Naturaleza, sabia y recta, enojada con quienes nunca cuidaron a la población del peor desenlace posible.

Puede desaparecer un lugar pero no el pasado de los pueblos.

Como Critias en el mito de Platón, el presente reivindica desde la evocación genuina: Indio Solari y los Fundamentalistas del Aire Acondicionado agigantan su leyenda en un acontecimiento que tuvo tanto de arte como de historia y política.

Quizás, dentro de algunos siglos, cuando sean aún más las ciudades que en las nuevas formas de urbanización aglomerada queden debajo de las aguas, alguien recuerde, como un relato transmitido de generación en generación, que un rockero en el otoño de sus días ensayó una canción como alegato de lenta despedida (el conmovedor simple en primera persona: “Encuentro con un ángel amateur”).

Aquello que fue, pero al mismo tiempo nunca deja de ser, es la vida del Indio Solari entre Patricio Rey y Los Fundamentalistas. Seguramente, un mito que se proyecta flotando sobre los escombros de enormes corazones unidos en su inundación de lágrimas colmadas de pasión y gratitud.

 

Adrián Marcelo López Hernaiz, “Adriano”,
(desde La Plata, Argentina)

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