En el imaginario social, la década del 60 aparece como ese momento de la historia que, independientemente de las tristes noticias de un planeta convulsionado y en conflicto, fue gobernado casi en exclusiva por los sueños de la juventud.
Referir a ese tiempo es hablar de la naciente Revolución Cubana como modelo de equidad, en contraposición a la caprichosa Guerra Fría que en la tregua a la disputa bélica confrontó a dos potencias (EE.UU y URSS) empecinadas en alcanzar el cetro del poder global.
Mientras tanto, el mundo dejaba de ser un lugar seguro cuando un fanático disparó para acabar con la vida de JFK; y volvió a creer al momento en que la humanidad pisaba por primera vez la Luna, resultante de una arquitectura de altísima complejidad cuyos gastos podrían haber reducido los efectos de la pobreza en poblaciones como Vietnam, afectada por la fallida excursión armamentista de los Estados Unidos de Norteamérica.
Ernesto Guevara pasaba de dar conferencias anti-imperialistas en la ONU a ser traicionado para devenir un mártir. Sin eco en el resto de América Latina (lo cual abrió las puertas para las dictaduras militares de los 70), la insurrección regional fue un sueño eterno. Aún así, el Che devino héroe y mito al mismo tiempo, con la parábola del capitalismo haciendo de su ideología un producto para comercializar: hoy su rostro está en todas las remeras.
Los veinteañeros copaban las calles dejando sangre y utopías en el Mayo Francés, acontecimiento que tuvo réplicas en el México estudiantil del 68 y la Argentina del Cordobazo en el 69.
A partir de sus acordes, Los Beatles brillaban cambiando los paradigmas de la cultura pop: cuatro fantásticos vivían a un ritmo vertiginoso, colapsando puertos y estaciones, llenando recitales con los efectos de la fama exponiéndolos como celebridades. Se amaban y odiaban; la competencia interna los potenció aunque después se separaron, confirmando así que –en su caso- el todo siempre fue más que la suma de sus partes.
La revolución sexual, las drogas y la música, coincidieron en el festival de Woodstock, ese fin de semana histórico que aún no ha culminado. Allí hubo demandas no atendidas por los grandes grupos hegemónicos: el mensaje de la multitud fue tan claro como que la libertad y los sueños nunca deberían negociarse.
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Muchacha ojos de papel es la balada de apertura del primer álbum de ALMENDRA, uno de los discos que forman parte del cancionero popular de los argentinos. Valiéndose de influencias como el tango y el folklore, pero también de aportes provenientes del rock anglosajón, representa una reliquia conceptual que marca un hito capaz de trascender a su propia época. En estos días se cumple medio siglo del estreno de esa obra.
Teniendo –apenas- 19 años de edad, un adolescente Luis Alberto Spinetta deslumbró al universo del rock con su poesía y sensibilidad, su manera de crear significados a partir del fomento de emociones. El Flaco fue un intelectual formado en la cultura de la calle pero con notoria cercanía al existencialismo filosófico. Siete de los nueve simples del disco lo tienen como autor; además, la icónica portada del “hombre de la tapa” (caricatura de una persona vestida a rayas con colores blanco y rosado, lágrima en el rostro y flecha en la cabeza), le pertenece. Músico y dibujante, también escritor. Si se quiere, sentipensante. Un artista polisémico y multifacético.
Más instrumental, Color humano es el segundo track. Con amplios solos de guitarra a cargo de Edelmiro Molinari, la canción cuestiona la influencia de los sectores dominantes, que aliena a los sujetos hasta despersonalizarlos.
En esa misma dirección, Figuración y Ana no duerme son tan melancólicas como transformadoras: apelan a la rebeldía, buscando despertar conciencia sobre la diversidad a partir de un proceso de deconstrucción que deviene algo distinto. Analizadas en retrospectiva, manifiestan el rechazo y la incomodidad de las fracciones marginadas por esa condición tradicional y machista que somete a la mujer. Por eso (ella) “espera el día” en que la realidad sea distinta; y en un presente de feminismo en expansión, la canción adquiere un aura profético.
Fermín, Plegaria para un niño dormido y A estos hombres tristes, reúnen gran parte de las preocupaciones de la banda: la historia de un pequeño con discapacidad, sometido a la tristeza y condenado a la muerte; la ternura que despierta un bebé al nacer; y la efímera condición de la existencia, que está más acostumbrada a duelos que a alegrías.
El disco cierra con dos tracks (Que el viento borró tus manos y Laura va) referidos a la pérdida: nada vuelve a ser como era antes, y hay personas que hoy están pero mañana ya no.
En conclusión, ALMENDRA es la resultante de una época con relevantes acontecimientos a nivel mundial que tuvieron fuerte impacto en el país. Y ese nuevo movimiento que se fue gestando hasta recibir la categoría de rock nacional, refleja mucho de la identidad propia: la vida del ciudadano medio que al tener expectativas se arriesga a la desilusión, que ama y es rechazado, que aguarda algo distinto que lo dignifique. Es un canto a la incertidumbre de una sociedad que lejos de garantizar estabilidad, promueve la desazón y la tristeza; generando indirectamente el antídoto de la rebelión como instancia para sonreír.