Aunque en los últimos años la historiografía local problematizó la invisibilización de las experiencias femeninas, estudiando sus acciones y representaciones en acontecimientos del siglo XIX y XX, hay una notoria tendencia a poner en tensión un relato que ha sido escrito por varones, blancos y de élite. El análisis de las historiadoras Gabriela Vásquez, Guillermina Guillamon y Marcela Ternavasio.

La Revolución de Mayo, como la Historia del mundo, fue narrada bajo un canon patriarcal que, si bien incluye algunos nombres propios femeninos en sus relatos, no da cuenta del heterogéneo accionar de las mujeres en ese suceso. Sobre lo que resta descubrir e investigar e incluir en el relato de esa revolución, que carga con el signo de ser el origen de la Patria Argentina, hablan las historiadoras Gabriela Vásquez, Guillermina Guillamon y Marcela Ternavasio.

Aunque en los últimos años la historiografía local problematizó la invisibilización de las experiencias femeninas, estudiando sus acciones y representaciones en acontecimientos del siglo XIX y XX, “hay una notoria ausencia en torno al proceso revolucionario y a poner en tensión un relato que ha sido escrito por varones, blancos y de élite”, explica a Télam Guillermina Guillamon.

Esa pobreza de representación femenina en el relato revolucionario de 1810 y esa resistencia a ser “intervenido”, vuelto a narrar desde un coro que exceda la crema de esas voces blancas y viriles, reside en que esa revolución “consolidó una narrativa compuesta por un panteón de héroes masculinos que, en gran medida, constituyen el imaginario nacional”, dice Guillamon.

“Para incluir a las mujeres en esa historia canónica no sólo hay que comprender las voluntades políticas del momento en que se creó el relato sobre los orígenes del Estado Nación, sino que también hay que deconstruir las biografías que erigen a esos sujetos como excepcionales y predestinados para cumplir un fin que no es otro que la creación de la Patria”, continúa.

Guillamon se refiere a esa patria que, también patriarcal, es la tierra de los padres. La patria bélica, defensiva y amurallada de la historiografía occidental. La ‘vaterland’ o ‘fatherland’ de las lenguas nórdicas, que se diferencia de la ‘heimat’, la ‘homeland’, ‘la patria hogar” o patria materna que describe Rita Segato: hospitalaria y anfitriona.

“No es un dato menor que casi todos los trabajos que buscan reponer a las mujeres en el proceso revolucionario del siglo XIX sean consecuencia de la sensibilidad -y hasta de una voluntad política- femenina”

Guillermina Guillamon

Pero tampoco es cosa de rasgarse las vestiduras. “La escritura de la historia es un proceso dinámico, por eso es posible reescribir los textos canónicos que priorizan a ciertos actores al tiempo que marginan a otros” sean mujeres, esclavos, mujeres esclavas o indios, indica Gabriela Vásquez, desde la Universidad Nacional de Cuyo (Uncuyo).

Aunque en esas narraciones tradicionales, reconoce Vásquez, “las mujeres son mencionadas ocasionalmente y casi siempre en relación con algún varón ilustre: para la Historia todavía son esposas, madres, hijas, hermanas o amantes de. Sólo unas pocas son registradas con nombre y peso propio, como Mariquita Sánchez o Juana Azurduy”.

Para reponer a las mujeres en el relato nacional y reconstruir la narrativa de la Historia de Argentina, hay que pensar “cómo encontrar rastros de sus acciones en fuentes ya existentes, como expedientes judiciales, denuncias o reclamos policiales, registros parroquiales o crónicas de época”, repasa Guillamon, .

Pero todas esas fuentes tienen el mismo problema: en ellas la voz de las mujeres aparece mediada por la subjetividad masculina -dice y entonces reconoce que- es imposible acceder a la experiencia femenina si no es mediante las cartas y diarios personales”.

“Textos que hasta no hace mucho se usaban sólo para dar cuenta de los vínculos amorosos y que en los últimos años son usados por historiadoras y sociólogas para evidenciar cómo las mujeres accionaban en otros planos de la experiencia cotidiana, muchas veces, disputando roles preestablecidos, como los militares”, indica Guillamon.

“Es necesario hacer relecturas de la Revolución de Mayo desde la perspectiva de género, volver a los periódicos, a las memorias de Gerónimo Espejo o José María Paz para prestar atención a las breves pero fundamentales referencias a las mujeres”.

Gabriela Vásquez

Y “hay que sumar documentación desestimada por los historiadores tradicionales, como relatos de viajeros u obras literarias, porque muestran estereotipos, comportamientos y mandatos de género que permiten entender el contexto, generalmente desventajoso, en el que se desarrollaban las mujeres”, postula la catedrática cuyana.

Al pensar la Revolución de Mayo en clave de género “surgen temas que dotan al proceso político de nuevos significados -subraya Guillamon-, como la dimensión de los cuidados domésticos y físicos, el apoyo activo con dinero a la causa y la cocina de alimentos para proveer a los ejércitos, los cuales sitúan a las mujeres como actoras necesarias para el desarrollo del proceso revolucionario”.

Reescribir esta historia “significa mirar a estas mujeres en su pluralidad -criollas, españolas, esclavas, indias, acomodadas, populares, jóvenes, adultas-, así como repensar los escenarios -espacios femeninos asociados al hogar y masculinos vinculados a la calle y lo público”, agrega Vásquez.

“Solo así pueden entenderse las estrategias de poder femenino y cómo algunas mujeres lograron transformar su ámbito hogareño en reductos vitales para la revolución: en las casas de Mariquita Sánchez, de Ana Riglos y Melchora Sarratea no solo se hacían tertulias y bailes, se discutió lo que habría de suceder políticamente”, dice Vásquez.

“Es necesario excavar en los significados de la feminidad y masculinidad de la Revolución de Mayo para ajustar las narrativas a esas diferencias, no hay que trasladar al pasado los principios que hoy rigen las relaciones de género”(A)Marcela Ternavasio(A)(FW)

“Hay que recordar que aquella era una sociedad patriarcal y que su cabeza era el ‘pater familia’ que circunscribía la autonomía femenina a lo doméstico y que concebía a la mujer bajo el presupuesto de la minoridad e irracionalidad pasional”, señala esta otra investigadora del Conicet.

Aunque “el gran ciclo de revoluciones atlánticas iniciado a fines del siglo XVIII había empezado a trastocar los rígidos principios de autoridad de los que no estaban exentas las mujeres, y así la Revolución de Mayo y la extensa guerra que desató después transformó a tal punto la vida de las poblaciones que, si lo doméstico estaba reservado para ellas, lo público se devoró a lo privado y durante las décadas siguientes se dividieron familias enteras, se politizó la sociedad en su conjunto y se militarizó el territorio”, remarca Ternavasio.

En ese escenario, “las mujeres mantuvieron sus viejos roles y asumieron otros en consonancia con los segmentos sociales y culturales a los que pertenecían, como las letradas devenidas anfitrionas de espacios de sociabilidad para las elites y nuevas dirigencias revolucionarias: la casa y el espacio doméstico se politiza y es allí donde lo femenino adquiere una relevante presencia”, grafica.

También estarán las mujeres que acompañan los ejércitos silenciosamente en la retaguardia, contribuyendo a la enorme logística de alimentar y arropar a la tropa -enumera-; las campesinas que ante la ausencia de los varones de su familia reclutados para la guerra se encargarán de su unidad productiva, basada en la mano de obra familiar: las ‘empresarias’ que por los destierros o autoexilios políticos de sus maridos se hacen cargo de los negocios”.

Y aunque aún falten voces capaces de contar en su cabal heterogeneidad la Historia de las Mujeres en la Revolución de Mayo, “hay que matizar la idea de una invisibilización masiva de la problemática de género y admitir que en el plano de los estudios académicos contamos con relevantes antecedentes”, asevera.

Marcela Ternavasio, “si bien hay grandes avances respecto de ciertas trayectorias biográficas, no dejan de ser experiencias individuales estereotipadas: mujeres de elite analizadas desde la sociabilidad política privada, como Guadalupe Cuenca, o de sectores populares destacadas en el enfrentamiento contra los realista, como Remedios del Valle”, sopesa Guillamon.

Y, en esa tarea, “es necesario recuperar la historia de sectores subalternos, lo cual es mucho más complejo, dada la carencia de fuentes donde encontrar voces sin intermediarios”, observa Guillamon. Cartas y diarios íntimos ya no son opción, porque esos sectores no estaban alfabetizados, la educación no era su derecho.

La deuda de un relato plural hace necesario también “pensar en cómo vivieron la Revolución de Mayo las españolas de sectores acomodados o populares fieles a la corona”, agrega Vásquez.

“La historia no siempre la hacen personas cuyos nombres y apellidos han sobrevivido al paso del tiempo, también la hacen las anónimas y sobre estos grupos faltan aún mayores estudios historiográficos”, concluye.

FuenteTélam
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