Los sucesos del arte, la política y la cultura –al menos en Occidente- no han sido muy generosos con las mujeres durante varios siglos. En los relatos, prolifera gran mayoría de hombres desfilando en una suerte de galería, como si fueran héroes de la historia universal.
En ese recorrido, de vez en cuando aparecen ellas, pero casi siempre subordinadas a la sombra de una figura emblemática que –injusticia mediante- les ha dado identidad.
La narración oficial cuenta que Penélope espera a Ulises, y no viceversa.
Eva nació de Adán.
La guerra y el clero tienen protagonistas masculinos.
Rebeldes, no hay muchas.
En la Antigüedad, Hipatía de Alejandría rompió con el canon de su época.
Eloísa amó con ferviente devoción a Abelardo en un tiempo –la Edad Media- que hacía de la castidad y la fidelidad, más que virtud, una obligación.
En la Modernidad, Julieta deseó a Romeo, convirtiéndose en paradigma de un amor marketinero –pasional, desenfrenado- que siglos después se simboliza con emojis de corazones en las redes sociales.
Para Marie Curie, ganar el Nobel de Ciencia acaso haya resultado mucho más fácil que quedarse en su casa al mero cuidado de los hijos.
En el campo de las celebridades, algunas preguntas quedan aún por resolver:
¿Qué hubiera sido de Hannah Arendt si su vida nunca habría entrado en comunicación como discípula de Martin Heidegger?
¿Simone de Beauvoir logró reconocimiento mundial por ser pareja de Jean-Paul Sartre?
¿La lucha de Frida Kahlo tuvo mayores repercusiones gracias a su relación con Andrés Rivera?
¿Nuestra Eva Duarte es mito y leyenda por ser parte fundacional de ese fenómeno polisémico conocido como peronismo, que debe su denominación al General Juan Domingo?
Todo este exordio permite abrir las puertas de Lou Andreas Salomé, otra dimensión desconocida cuyo destello supo encandilar entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX en la intelectualidad europea.
Nacida en 1861 durante el epílogo de la Rusia zarista, perteneció a esa aristocracia con algunos reflejos de rebeldía: ansias de estudio, libertad y transgresión.
Era la única mujer entre cinco hermanos; una persona muy particular, tenaz en sus deseos de lograr lo que se proponía: así pudo convencer a su familia de irse a Suiza teniendo jóvenes 17 años de edad, para recibir clases particulares de un pastor alemán especializado en religión y filosofía.
Además, según cuentan, era inteligente, bella y misteriosa; con un imán especial para atraer a hombres importantes que se acercaban a su entorno y quedaban maravillados ante la majestuosidad de su presencia.
Llamó la atención del poeta Rainer Rilke, el filósofo Friedrich Nietzsche y el médico Sigmund Freud.
El hilo conductor de toda esa constelación fue ella: Salomé combinaba la pasión del poeta, la razón del filósofo y cierta represión sexual (decía que el sexo no era lo más importante) con la que comenzaba a hacer su camino la psicología como ciencia polémica llamada a despertar el interior más íntimo de cada individuo.
Si con Rilke fue intenso romance y con Freud un encuentro simbiótico de maestro-discípula que se extendió veinte largos años a partir de la correspondencia postal, con Nietzsche resultó todo muy distinto: el intelectual alemán se enamoró perdidamente y el rechazo de ella, al parecer, le aceleró su deterioro mental que lo condenó a la demencia y la muerte.
Con cada uno de ellos mantuvo vínculos difusos, intensos, distantes, secretos y públicos; porque –como lo establecen algunas de sus biografías- gobernaba a esos hombres que no dudaban en mostrar debilidades cuando estaban ante su influencia.
Escritora de poesías y novelas, también ensayista, sus obras no han trascendido tanto como sí sus relaciones con los exponentes ya mencionados, entre los cuales también se encontraban –vale agregar- los escritores Paul Rée y León Tolstói.
Siempre es difícil trazar el perfil de una persona a partir de la reconstrucción de otras voces.
También, influye la época en que se recepciona ese legado: es probable que en otras coordenadas, Salomé haya sido vista como una mujer interesada y no interesante.
Hoy, el juicio cambia. Se escinde para hacer una distinción entre aquella observación peyorativa y otra muy idealista: empoderada e independiente.
Tal vez, ni una cosa ni la otra en sus extremos.
Lou Salomé rompió con los esquemas y el límite de lo esperable.
Ni seductora ni abandonada, sino alguien que a su condición de clase y su belleza le agregó ideología, lectura y conocimiento.
Para la duda eterna quedará saber –al igual que en otras mujeres- cuál habrá sido su participación (o no) en ideas y teorías que marcaron el pulso de la humanidad.
Muchos de nosotros, profesionales egresados de la carrera de Filosofía, hubiéramos esperado –en tanto estudiantes de grado- saber aún más de estas historias que quedan relegadas de la Academia, un ámbito por momentos conservador, hostil y resistente a la hora de proponer nuevas estrategias que estimulen la curiosidad en los asistentes.