Hace mucho tiempo, Jorge Luis Borges lo imaginó en su mente. Escribió “La Biblioteca de Babel”, uno de los textos más citados del libro Ficciones, publicado originalmente en 1941.
El cuento deslumbró al mundo de la literatura por presentar una narración precisa, cuidada, detallada, en la que era posible ver -a través de las letras- las partes de un gran, inmenso e infinito espacio de libros acomodados minuciosamente y con códigos para poder dar con ellos.
Ese lugar tenía características muy particulares; acaso, pretendía dar orden al caos o -dicho de otro modo- organizar el universo.
En Borges habitaban algunas paradojas: por un lado, visionario a pesar de lindar con su destino no vidente; por el otro, escritor de lo universal pero no accesible al público masivo. Sin embargo, en este caso vale su premonición, porque supo anticiparse a ese conglomerado conjunto de caraceres que dan vida y forma a la Internet.
La red más amplia de todas -¿el mayor invento de la humanidad?- funciona como un cerebro: tiene direcciones; capta la figura, el fondo y el movimiento; utiliza la memoria para las innumerables claves del mundo digital; y por si esto fuera poco, apela a los links, enlaces -tal como la palabra indica- que conectan un espacio virtual con otro. Cualquier similitud con la asociación libre del psicoanálisis es pura coincidencia…
En 2013, el norteamericano Siva Vaidhyanathan -especialista en medios de comunicación- publicó La Googlización de todo, un trabajo de investigación que indaga en el funcionamiento de uno de los imperios económicos más importantes del planeta: según el autor, el mérito de Google no está en producir conocimientos sino en la manera de organizar el gran flujo de información que circula por la red. Las empresas que más invierten son las primeras que aparecen cuando se da inicio a la búsqueda.
Aquí es preciso detenerse para hacer determinadas distinciones: una cosa es el dato, otra la información; y, muy distinto, el conocimiento.
Un dato es la unidad mínima y referencial que forma parte de un objeto de estudio. El conjunto de datos interrelacionados recibe el nombre de información. Y a partir de ella, con diversos análisis y triangulaciones, puede surgir el conocimiento. Si no hay evidencia empírica, existen riesgos de Fake News; es decir, faltar a la verdad. En la era del Big Data, dispositivos como Facebook, Twitter e Instagram, agilizaron el flujo de datos, informaciones y conocimientos. A mayor inmensidad, mayor infinitud; y por ende, mayores chances de perderse.
Hace poco más de una década, Sir Ken Robinson -pedagogo británico conocido por su famosa Charla TED: “Las escuelas matan la creatividad”- afirmó que en lo que iba del siglo XXI ya se había generado más cantidad de conocimiento que durante toda la historia precedente (una pregunta que surge por añadidura es si la democratización del acceso a Internet es sinónimo de democratización de acceso al conocimiento). Al parecer, algunos pocos años lograban ser más prolíficos que dos hitos de la Historia Universal: la Biblioteca de Alejandría antes de Cristo y la invención de la Imprenta en las floridas centurias del Renacimiento.
Por lo tanto, hacia 2007, surge el #hashtag -“etiqueta”, según su traducción al español-. Se trata de un recurso digital que habilitó Gooole respondiendo -¿o instalando?- a necesidades y demandas por parte de los usuarios: anteponiendo la tecla numeral a una palabra o conjunto de vocablos remarcados en color celeste, inmediatamente se crea un hilo que remite a esa expresión que opera como enlace. Así, logra reunirse gran flujo de datos, informaciones y conocimientos, que circulan especialmente en los servicios de mensajería instantánea, facilitando de ese modo las búsquedas de los usuarios.
Todo ello permite que un conjunto de caracteres no solamente sean símbolos sino también significantes (entidad que se percibe a través de los sentidos: por ejemplo, el numeral del hashtag, “#”, al destacarse visualmente con color celeste, anoticia al usuario de que está ante un enlace), y significados (si lo desea, el usuario deberá hacer click en ese numeral seguido de caracteres con color celeste para acceder al mensaje que de alguna manera busca ser viralizado).
No hay dimensión humana que permita comprender el tráfico de Google. A lo mejor, uno termina aprendiendo otros asuntos periféricos, como lo es confirmar el hecho de que cada día que pasa nuestra especie es aún más pequeña de lo que cualquiera podría llegar a imaginar.
El científico argentino Leonardo Moledo lo expresó alguna vez en uno de sus libros llamado Diez teorías que conmovieron al mundo: explicando con criterio didáctico la Teoría del Big Bang, cerró el capítulo diciendo que en este universo de permanente expansión, nadie llegaría a ser testigo del fin de la especie. Por lo tanto, en ese Apocalipsis, lo que quede de la humanidad será tan sólo un conjunto de destellos, ondas circulantes en el universo, millones y millones de bytes que alguna vez -agrego yo- habrán sido agrupados bajo el rótulo de hashtags.